No, no voy a imitar a Javier Marías, entre otras cosas porque su densísimo modelo narrativo es inimitable para alguien con los escasos recursos lingüísticos que yo tengo. Sólo voy a servirme del título de una de sus novelas más conocidas.
Pasan rápido los días desde que volví de vacaciones. Y sé perfectamente por qué: porque mi vida consiste únicamente en una huída hacia adelante. Si es lunes para que sea ya martes, si es miércoles para que venga el jueves. El fin de semana es el único objetivo viable de mi vida. Cada día, cada hora, cada minuto sin un objetivo más que el que pasen los segundos, rápidos, volátiles, efímeros y solitarios.
Esta mañana un joven limpiaba la hojarasca que va cayendo de los árboles, casi desnudos con la que está cayendo. Pensaba si a él le gustaba su vida, qué ansiará todas las mañana cuando se levanta, qué esperará del devenir de sus segundos. Parece difícil que alguien sea feliz limpiando hojas pero quizá sí lo sea, quizá él sí disfrute de sus instantes.
Ayer llegó un compañero nuevo a la empresa, concretamente a mi departamento. Es un caso extraño porque no se suele contratar personal externo y menos aún de unos cuarenta años que tendrá este hombre. Su historia, lejos de ser terrible, es significativa de lo que la crisis económica ha provocado: en su banco de toda la vida decidieron hacer recortes de personal y le echaron a la calle. Ha tenido suerte de caer aquí porque supongo que no será nada fácil encontrar puestos libres cuando ya tienes un perfil tan marcado.
Así que hoy me ha dado por pensar en ello, en qué sería de mí si a los cuarenta me ponen de patitas en la calle, a mí, a un absoluto inepto sin conocimientos. A mi que se supone que me estoy construyendo un perfil profesional que no tengo y que detesto. Si no sé hacer nada y lo poco que sé no me gusta, ¿qué sería de mí?.
Y mientras mis dedos marcan las teclas del ordenador pasan los minutos y los segundos. Ya sólo me quedan dos horas para ir a comer, seis para salir de la cárcel, nueve para ver el fútbol en la tele y doce para cerrar los ojos esperando que llegue mañana y luego el jueves y luego el fin de semana para, entonces, detener el tiempo, frenar el compás de los segundos, someterlos, agarrarlos, estrujarlos con las manos y alargar así la distancia que me separa de la semana que viene.
La puta negra espalda del tiempo que tengo delante de mí. A ver si consigo verle la cara algún día.