Hoy no tengo un buen día, lo reconozco. Me he levantado triste y somnoliento. Aquejado de sentimentalitis, claro, que es lo suyo cuando uno está más o menos apagado.
Una de las cosas que más me atenaza de escribir aquí es que ya he perdido toda clase de privacidad y puedo, además, involucrar con mis comentarios a terceras personas. No es mi intención. Ni mandar mensajes subliminales; otra cosa no, pero me han dotado los años de pelotas suficientes para hablar a la cara.
Hace algún tiempo que he sabido cosas ocurridas en la vida de algunos de mis conocidos por terceras personas, de oídas o en circunstancias más o menos poco adecuadas, a mi entender. Por momentos lo interpreté como una especie de pérdida de confianza o atisbo de alejamiento personal. Probablemente no es ninguna de ambas y no dejan de ser cosas que, sencillamente, han ocurrido sin más. Circunstancias más o menos lógicas, quizá. Cosas mías, en definitiva.
Pero me ha servido esta anécdota para plantearme un par de cuestiones acerca de las conexiones personales. Sobre el punto en que te crees importante en la vida de los otros para darte cuenta de repente que no lo eres tanto. Que tu posición en el pequeño sistema solar interpersonal no era Mercurio o Venus, sino Urano o Neptuno. O tal vez que, en mi metáfora, los planetas se mueven en diferentes trayectorias y van alterando posiciones respecto al astro rey. Unos suben y otros bajan pero la inmensidad del espacio no te da referencias suficientes para ver tu posición real, hasta que el frío se encarga de hacer patente el alejamiento.
También cabe plantearse hasta qué punto puedes o debes saber de la vida de los demás. Qué espacio se queda en lo público y cuál en lo privado. Aunque existan relaciones más estrechas entre ambos. En definitiva, qué derecho tenemos a saber de lo que padecen, sufren o viven los demás.
En un primer acercamiento podría pensarse que lo que cada uno, simplemente, disponga, si bien cuando ya se ha decidido predicarlo en algunos espacios quizá este argumento se vuelva más endeble. Simplificando, ¿puedes pedirle o sugerirle a alguien que te cuente algo si no lo ha hecho voluntariamente?¿reprocharle por haberlo contado a otros y no a ti?
Y en lo que individualmente se refiere, ¿debes sentirte afectado por ello o quizás debemos aceptarlo sin más, sin darle mayor importancia.
En días como estos, cuando uno saca a relucir su lado más femenino, me siento como el puto consultorio sentimental de la Super Pop.
Una de las cosas que más me atenaza de escribir aquí es que ya he perdido toda clase de privacidad y puedo, además, involucrar con mis comentarios a terceras personas. No es mi intención. Ni mandar mensajes subliminales; otra cosa no, pero me han dotado los años de pelotas suficientes para hablar a la cara.
Hace algún tiempo que he sabido cosas ocurridas en la vida de algunos de mis conocidos por terceras personas, de oídas o en circunstancias más o menos poco adecuadas, a mi entender. Por momentos lo interpreté como una especie de pérdida de confianza o atisbo de alejamiento personal. Probablemente no es ninguna de ambas y no dejan de ser cosas que, sencillamente, han ocurrido sin más. Circunstancias más o menos lógicas, quizá. Cosas mías, en definitiva.
Pero me ha servido esta anécdota para plantearme un par de cuestiones acerca de las conexiones personales. Sobre el punto en que te crees importante en la vida de los otros para darte cuenta de repente que no lo eres tanto. Que tu posición en el pequeño sistema solar interpersonal no era Mercurio o Venus, sino Urano o Neptuno. O tal vez que, en mi metáfora, los planetas se mueven en diferentes trayectorias y van alterando posiciones respecto al astro rey. Unos suben y otros bajan pero la inmensidad del espacio no te da referencias suficientes para ver tu posición real, hasta que el frío se encarga de hacer patente el alejamiento.
También cabe plantearse hasta qué punto puedes o debes saber de la vida de los demás. Qué espacio se queda en lo público y cuál en lo privado. Aunque existan relaciones más estrechas entre ambos. En definitiva, qué derecho tenemos a saber de lo que padecen, sufren o viven los demás.
En un primer acercamiento podría pensarse que lo que cada uno, simplemente, disponga, si bien cuando ya se ha decidido predicarlo en algunos espacios quizá este argumento se vuelva más endeble. Simplificando, ¿puedes pedirle o sugerirle a alguien que te cuente algo si no lo ha hecho voluntariamente?¿reprocharle por haberlo contado a otros y no a ti?
Y en lo que individualmente se refiere, ¿debes sentirte afectado por ello o quizás debemos aceptarlo sin más, sin darle mayor importancia.
En días como estos, cuando uno saca a relucir su lado más femenino, me siento como el puto consultorio sentimental de la Super Pop.
3 comentarios:
Tienes toda la razon y se que debería habertelo contao antes...
... y me jode hacerlo ahora, pero soy Preciadista y en realidad yo soy el que me follo a la madre de Pedro !
Quedan 6 partidos wapisimos
Estoy de acuerdo completamente contigo. Como diría la canción: "sorpresas te da la vida". Creo que es cuestión de ir asumiendo que todo en la vida es relativo, que nada es absoluto: poquitas cosas, muy poquitas, son inmutables.
Hay una frase que me gusta decir: quien va a estar contigo hasta el final de tus días... eres tu mismo. Ya está. Por ti es por la única persona por la que hay que apostar. De lo que nos rodea, son un conjunto de circunstancias que mañana tornarán en otras y, así, consecutivamente.
Bah... A veces estos días de sentimentalitis vienen muy bien para sacudir la cabeza y hacer "limpieza" en la azotea.
¡Un abrazo Nachín!
Estoy de acuerdo con el comentario de Ernesto, tan sólo era para dejar constancia y para hacer un apunte dramático al márgen que es que nunca llegamos a conocer a nadie del todo,ni muchas veces un poco, sólo es una ilusión que parte de una verdad sencilla: no existe la objetividad en temas interpersonales, no puede haberla ni en relación a los demás ni con nosotros mismos; el ambientalismo, la predisposición genética, gaitas en vinagre... hacen que cada circunstancia lo modifique todo y ahí reside el encanto, el juego... sólo hay que saber tomar la parte importante de lo que cada cosa nos enseña y no dejarlo caer en el olvido... y olvidarlo también... pero en su justa medida... y seguir (hoy me levanté profunda, pero tranquilos que, a lo largo del día se me va pasando...) MIYAKO
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