Ayer, como cada 5 de enero, justo antes de meterme en la cama me asomé a la ventana por si veía a los Reyes sobrevolando el cielo de Gijón son sus camellos y su séquito. O quizá asaltando alguna ventana mientras los niños duermen, nerviosos, esperando correr nada más levantarse la mágica carrera del seis de enero: de la cama a los sueños convertidos en realidad.
Como cada noche de Reyes me acosté sin verles. Ni siquiera a sus sombras en algún tejado. Son verdaderos profesionales, escurridizos porque para llevar sorpresas no se pueden cometer errores.
Con vosotros ellos ya han hecho su trabajo, espero. El resto de los sueños ya dependen sólo de vosotros.
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