Hará un par de viernes me quedé en casa viendo Callejeros, un programa de Cuatro en el que básicamente se ve la realidad. La calle mostrada sin filtros de pudor aunque reconoceré que no se oculta cierto amarillismo.
En aquel programa se enseñaba un poblado chabolista de las afueras de Sevilla. Casas de uralita, paneles descochados como paredes, techos rotos, ratas, ausencia de las más míminas condiciones sanitarias, analfabetismo, drogadicción, presidiarios pero, por encima de todo, aquel barrio chabolista carecía de futuro.
Había cientos de niños en aquel poblado. No es difícil de imaginarlo si por cada familia se tienen fácilmente 7 u 8 querubines. Y casi todos al cuidado de sus abuelos porque sus padres, mayoritariamente, están entre rejas. Aquellos niños van al colegio gracias a un programa de una ONG que se encarga de llevarlos en autobuses a distintos colegios públicos (no iban a ser privados, qué ironía). Separan a los críos de las mismas familias para que no formen guetos. Les dan de comer y tienen tutores individuales que controlan sus avances e informan a las familias. Aunque estos planes les abren las puertas más básicas para erradicar el analfabetismo y poder desarrollar un futuro profesional, mucho me temo que no saldrán gandes físicos ni matemáticos de esas chabolas.
Pero lo que más me emocionó fue ver como esa ONG tiene instalada, en el poblado mismo, una guardería donde atienden a los bebés de las familias gitanas. Porque, no lo había dicho pero, oh casualidad, es un poblado gitano. Varios voluntarios se encargan de recibir a los bebés, bañarlos, alimentarlos y empezar con su temprana educación.
Fue ahí cuando caí de la burra. Cuando entendí cuan miserable soy porque yo no he movido en mi puñetera vida un dedo por los demás. Un solida de sofá, vaya.
La gente de esa ONG trata de romper con la historia mil veces repetida. Proveer de un mejor futuro a quien nace condenado a no poder siquiera ducharse en una bañera. No será fácil, casi imposible me atrevería yo a decir porque hay que quebrar barreras culturales y raciales pero probablemente los niños de esta generación aprenderán un oficio. Y quizá derriben esas endebles paredes de papel que usan como hogar y las levanten de ladrillo. Y algún fontanero lleve agua corriente mediante tuberías.
Más allá de los sueños hay quien se parte los huesos por cambiar las cosas y por ayudar a quienes hemos despreciado y que viven al doblar la esquina de nuestras lujosas vidas. Y yo, precisamente, no soy uno de ellos.
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