Ayer había sido una larga y tediosa jornada de trabajo. A pesar de la carga de trabajo me fui del curro a las 19.15 porque ya no daba para más, a la espera de solventar la papeleta a lo largo de la tarde de hoy.
Iba para casa cabizbajo, con la mente completamente en blanco, con sentimiento triste y la cabeza embotijada.
Al pasar por la farmacia que está casi frente a mi casa recordé que tenía que comprar pasta dentífrica y entré a por ella. Una vez dentro se me acercó el farmacéutico y sonrió:
- Buenas tardes, ¿qué desea?
Joder! No me lo podía creer. Tenía una dentadura gigantesca. Creo que nunca había visto una piñata tan desproporcionada y eso que mi jefe se gasta una postiza que le hace buena competencia.
Dios, qué mal momento pasé porque no podía dejar de mirarle la boca. Me quedé paralizado...
-eeeehhhhhmmmmmm, sí ehhhhmmm quería un tubo de Lacer, por favor....- le pedí sin despegar mi mirada de sus paletos. Reconozco que suelo mirar a la boca al hablar pero creo que esta vez se me notó demasiado.
Pagué y me salí. No había cruzado la acera y ya me estaba partiendo el ojete porque inmediatamente se me vino a la mente la imagen de Walter Matthau en la película Daniel el travieso, brillante escena, por cierto, y más genial actor.
Así que os pongo la foto, después de tirarme toda la tarde buscando por internet y aprendiendo (frustadamente) a manejar el paint. (Gracias Diego).
Agradezco al farmacéutico y a Walter y a Lacer que ellos solos fueran capaces de levantar un día gris y hacerme darle hoy a la tecla.
Con qué poco me conformo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario